21 abril 2005

Matrimonio gay, por fin

Bien por Zapatero. Bien por López Aguilar. Bien por un ministerio de Justicia que hace honor a su nombre. Después dirán que el Gobierno no ha tomado ni una medida en un año de vida, vamos, que no gobierna. Y se ha atrevido, nada menos, que a poner orden en la vida sexual legal de los españoles, un gesto valiente donde los haya en un país donde todavía hay tipos que se jactan de ser muy machos y que matan a hostias a sus mujeres. Dicen los que se ponen nerviosos que nos quedamos solos regulando este tipo de asuntos, que en España vamos al revés. Nada más lejos: el pasado miércoles, el gobernador Jodi Rell firmaba en el estado norteamericano de Connecticut la ley que daba luz verde a las uniones civiles entre homosexuales. Connecticut continuaba en la brecha abierta por Vermont. Y habrá más, a pesar de Schwartzenegger. Un día después, nosotros. El beso de Pedro Cerolo al ministro es el mismo beso que le daría yo si me lo cruzase en la calle. Al ministro. Si las normas no van al mismo ritmo que va la sociedad, lo que hay que hacer es cambiarlas. Porque los dogmas son para la Iglesia, no para la sociedad civil. Lo mismo que un día salimos de las cavernas y evolucionamos, ahora nos toca evolucionar en organización social. Y el matrimonio entre homosexuales no es más que normalizar lo que ya debería ser normal. Ojalá muchos de los niños que se mueren de asco en los orfanatos sean adoptados cuanto antes por esos nuevos matrimonios homosexuales que, quizás, esperaban los mecanismos legales para lanzarse a la doble paternidad o a la doble maternidad. Ustedes y yo fuimos criados en parejas heterosexuales y eso no ha impedido que el mundo esté lleno de hijos de puta. Así que tranquilos los inquisidores, que el porcentaje de mala gente no crecerá porque en casa haya dos papás o dos mamás. El Código Civil reformado lo dice todo: cónyuges y progenitores. Somos personas independientemente de lo que nos cuelga o no nos cuelga. Y eso es lo que importa. Muy bien, sí señor. O señora.